Monday, July 31, 2006

Tomado del libro, "La Buena Madre, Enriqueta Aymer de la Chevalerie, fundadora de la Congregación de los Sagrados Corazones" por María de Echarri.

Capítulo VIII Picpus . - La Virgen de la Paz.

Parte segunda


Relatar todos los prodigios de la venerada imagen sería difícil y largo. María es la la madre de las misericordias, de las ternuras, es el refugio de los que pecan y se arrepienten, de los que lloran y sufren. No hay pena que no alivie, ni enfermedad que no pueda curar, ni angustias que no mitigue. “Acordaos… le decimos… que jamás se ha oído decir… ¿el qué? “ Que ninguno de cuantos han acudido a vos, implorando vuestro socorro, solicitando vuestro auxilio, haya sido abandonado, haya sido rechazado.” Jamás. Lo sabemos todos. Lo hemos experimentado todos. Las lágrimas derramadas a los pies de María son suaves, no amargas… Los dolores sufridos junto a María son ligeros, llevaderos. Es nuestra Madre dulcísimo. Madre más aún de los en la tierra no podemos ya pronunciar ese nombre sino cuando a Ella imploramos y a Ella decimos nuestro amor.

La milagrosa imagen, salvada de los horrores de la Revolución por un Padre capuchino, fue cedida por éste a Mlle. Coipel, fallecida la cual, el hijo que le quedaba dejó en libertad a su mujer respecto de la posesión de la estatua milagrosa. Esta señora, dirigida del P. Coudrin, por quien tenía veneración, deseando dar mayor culto a Nuestra Señora de la Paz, hizo donación de ella al P. Coudrin, que quiso s hiciera a favor de la Buena Madre. (Enriqueta Aymer de la Chevalerie)

“Un día le deberemos nuestra conservación”, dijo la M. Enriqueta al pedir a sus hijas oraciones para que desapareciesen todas las dificultades y se quedase con ellas la santa imagen. “La solicitaré hasta cinco veces, en honor de las cinco llagas. “ Y la consiguió el último día (6 de mayo de 1806) la Madre gozosa trayendo la imagen preciosísima que quinientos años habían custodiado los duques de Joyeuse y de Guisa, y que piadosamente, pero no sin sacrificio cedían algunos Grandes de España.

Desde entonces, Nuestra Señora de la Paz no ha salido de la Casa – Matriz de los Sagrados Corazones. Se encuentra bien, sin duda, entre sus hijas, que tan tiernamente la aman. Y en todos los conventos hay siempre, en la capilla, la imagen de la Virgen de la Paz. Para Ella son los amores y la gratitud de religiosas y alumnas. Y Ella no regatea a unas y otras su maternal protección.

Para aumentar el fervor de mis lectores insertaré quí la serie de gracias que la Reina de la Paz concedió a determinada familia. Una niña rusa perdió la vista a la edad de once años; su madre, alma de fe, la encomendó a la Virgen Santísima y consiguió la curación de su hija. Esta, más tarde, ya casada, volvió a quedarse ciega, y ella misma, llena de confianza en la Reina celestial que la curó en su infancia, esperó recibir nueva prueba de su bondad. Vivía entonces en París (1806). Se hizo llevar a Picpus, implorando la intercesión de Nuestra Señora de la Paz. El Rvdmo. P. Coudrin le tocó los ojos con la santa imagen, y poco a poco recobró la vista. Este nuevo favor aumentó su fe, y entonces aprovechó para pedir intensamente la salvación de su marido, que desde hacía cuarenta años vivía alejado de Dios. Al fin, esta súplica fue también atendida, y el esposo consintió en ir personalmente a invocar a la reina de la Paz. La honró y tomó ante su altar la resolución de confesarse. Su conversión fue tan completa, que desde aquél momento tuvo gran devoción a la Virgen Santísima, de quien recibió gracias muy particulares. Al cabo de un año, cayó enfermo y aseguró que la Reina del cielo s ele había aparecido implorando para él la misericordia divina, de modo que terminó su vida en grandes sentimientos de piedad y confianza. Meses después su viuda y su hija entraron en la Casa de los Sagrados Corazones, de París, para consagrarse a Dios, y profesaron el mismo día, 7 de abril de 1823, la madre bajo el nombre de Sor Mackinka y la hija con el de Sor Victorina. Después de sus votos ya parecían no vivir más que para el cielo.

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