Saturday, July 02, 2011

Thursday, December 04, 2008



Noticia histórica sobre la estatua milagrosa de Nuestra Señora de la Paz
que se venera en la capilla de las Religiosas de la
Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María
y de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento del Altar
París, rue de Picpus
por F.J. Hilarion sacerdote de Picpus.

Noticia histórica
El culto de María empieza desde la cuna del cristianismo. Los fieles de todos los siglos y de todos los países, adorando al hijo, honraron a la Madre. Las numerosas gracias obtenidas por su intercesión poderosa dieron aliciente a su devoción y a su confianza. Por eso, en todas partes del mundo cristiano existen tantos templos y tantos altares dedicados a honrar a la Virgen maría. Piadosas asociaciones la tienen como protectora, órdenes religiosas le están consagradas. ¿Cuál es el país que no posee algunas de las estatuas veneradas, en las cuales en diferentes formas se representa a la Madre del Hombre-Dios? Nuestra Señora del Buen Socorro, Nuestra Señora de la Alegría, etc. títulos augustos que caracterizan la ternura de María para los hombres.
Entre estas imágenes a las cuales los cristianos rinden un culto especial, hay una conocida particularmente bajo el nombre de Nuestra Señora de la Paz. Esta estatua mide solo once pulgares de altura, sin el pedestal. De color oscuro, casi negro y de una madera muy difícil de especificar. La Virgen-Madre está representada con majestad, llevando en el brazo izquierdo a su Divino Hijo.
Se ignora a qué siglo pertenece, pero su antigüedad no da lugar a dudas. La casa de Joyeuse la tuvo en su poder por mucho tiempo y esta preciosa herencia pasaba a los descendientes, de esta familia ilustre, que mostraba más deseo de tenerla y más devoción para María.
Bajo el reinado de Enrique III, perteneció al duque de Joyeuse, conocido después bajo el nombre de Padre ángel, cuando renunciando a las grandezas del siglo, entró donde los Capuchinos. Se alegraba de que Nuestra Señora de la Paz, había sido parte de su herencia. Fue rezando a sus pies que se sintió llamado a la vida religiosa; y, para agradecer esta gracia le hizo construir una capilla en su mansión de la Saint-Honoré. Los religiosos mínimos de Nijon, venían todos los días a celebrar allí la Santa Misa; se permitió la asistencia de los fieles para que puedan así satisfacer su devoción a la Madre del Salvador.
Los Reverendos Padres Capuchinos, no tenían en aquel tiempo sino un hospicio en la calle Saint-Honoré. Enrique III les hizo construir un convento en la misma calle hacia el fin del siglo XVI. Para ello, el duque de Joyeuse donó una parte del terreno que pertenecía a su mansión. Como allí estaba la capilla de Nuestra Señora de la Paz, la demolieron para agrandar el jardín y la Santa Imagen fue colocada sobre la puerta exterior donde permaneció unos sesenta años. Memorias de aquél tiempo cuentan que durante varios años seguidos una luz deslumbradora aparecía la noche en el lugar donde estaba colocada la estatua de Nuestra Señora de la Paz. Muchos fieles venían allí a rezar a la Santísima Virgen, se notó durante varios años consecutivos la presencia de un joven apuesto, que todos los sábados venía a traer flores y rezar a los pies de la Virgen y que en seguida desaparecía sin que nunca se pudo descubrir de dónde venía ni quien era. Todos creían que era un ángel que el cielo mandaba para honrar a María. Esto continuó hasta que la Santa Imagen fue colocada en la Iglesia de los Capuchinos. La marquesa de Maignelay hacia encender cada sábado un cirio de una libra delante de la Imagen de María. En su testamento, ordenó que después de su muerte se siguiera esta piadosa práctica sus últimas voluntades fueron cumplidas fielmente.
Dos señoras inglesas, convertidas al catolicismo, habían sido despojadas de los bienes considerables que poseían en Inglaterra y obligadas a refugiarse en París. Vivían del trabajo de sus manos en un barrio cerca de la Santa Imagen. Se hacían una obligación de adornarla los días de fiesta. Varias circunstancias les obligaron a alejarse, y encargaron a una persona conocida de encargarse de los ornamentos que habían consagrado a Nuestra Señora de la Paz para que no fuera interrumpida el tributo de veneración que daban a la Santísima Virgen. .Esta persona rehusó cumplir el encargo. “No merece usted, un favor del cual tantos quisieran” dijeron las piadosas inglesas.
Entre los fieles servidores de María, se notaba un Hermano capuchino llamado Antonio de París. Vivía en una gran pobreza, le gustaba guardar silencio, y su humildad le hacía escoger de preferencia los empleos más bajos. Hacía telas, para los religiosos. Trabajaba cerca de la puerta donde se encontraba Nuestra Señora de la Paz. En sus ratos libres, cultivaba un pequeño jardín y junto con otro religioso, llamado Simón Dici, recogía la más bellas flores que iba a ofrecer a Nuestra Señora de la Paz. Como le preguntaban por qué prefería esta estatua de María a tantas otras bellas que estaban en el convento, después de callarse largo rato según su costumbre, contestó al fin que esta estatua de la Virgen, colocada sobre la puerta le tocaba el corazón; y que antes de poco tiempo esta venerable imagen sería un instrumento del cual Dios se serviría para obrar grandes maravillas. Hacia el año 1647 murió, lleno de años y de buenas obras
La predicción de este buen religioso no tardó en cumplirse. La Santa Imagen estaba todavía colocada sobre la puerta exterior del convento de los capuchinos, cuando, el 22 de julio de 1651, de repente, se oyó sin que se pueda decir a propósito de que, niños y un gran número de personas cantar la Salve con gran devoción.
Se cantaba con tanto entusiasmo; que los fieles que vivían cerca, llegaron y se juntaron con los primeros. La noticia de lo que pasaba fue conocida en la ciudad y los suburbios, llegaron en procesión, pies descalzos, cantando las letanías de la Virgen. Muchos enfermos se hicieron trasladar allí con la esperanza de obtener su curación; su confianza no fue defraudada. El canto de la Salve era a menudo interrumpido por gritos repetidos: ¡milagro! ¡milagro! La noche llegó, pero no impidió la llegada del pueblo que continuo los días siguientes.
Las maravillas obradas por Nuestra Señora de la Paz la hicieron célebre. En todas partes se hablaba de ellas. Un gran número de sacerdotes y religiosos pidieron transportar a sus capillas a la estatua milagrosa, para que allí se la pueda venerar con más decoro y se dirigieron al arzobispo de París para obtener esta autorización. Hubiera sido injusto quitar a los Capuchinos este precioso tesoro. El Reverendo Padre Ángel de Joyeuse, quien fuera el dueño de la estatua de Nuestra Señora de la Paz y que durante toda su vida había atribuido a las oraciones hechas delante de la piadosa imagen las numerosas gracias que había obtenido por su intercesión, estaba enterrado en su iglesia. Se decidió que la estatua de Nuestra Señora de la Paz sería transportada a una capilla cerca de su tumba.
El superior del convento hizo esta traslación el 24 de setiembre de 1651. En procesión fue a tomar la santa imagen, precedido de toso sus religiosos que llevaban un cirio en la mano. Cantaban las letanías de la Virgen y las lágrimas que derramaban daban a conocer la devoción que los animaba. Besaron con respeto los pies de la estatua milagrosa antes de colocarla en el lugar que le habían destinado.
Los fieles seguían viniendo a rezar a la reina de la Paz en la iglesia de los Capuchinos, y los nuevos prodigios manifestaron la compasiva bondad de María hacia los que la invocan con fervor…
Tantos prodigios aumentaban la devoción a Nuestra Señora de la Paz. La capilla donde había sido transferida, se hizo demasiado pequeña por la multitud de los que venían a visitarla, sobre todo en ciertas épocas del año. La Sra. de Guise, hija del duque de Joyeuse tuvo el deseo de hacer construir en la misma iglesia de los Capuchinos una capilla mucho más grande: pero murió sin haber tenido el tiempo de ejecutar su proyecto. La Srta. De Guise, que había heredado de sus ancestros una tierna devoción hacia la mas augusta de las Vírgenes, ordenó, por su testamento, la construcción de esta capilla. Se pusieron inmediatamente a la obra y cuando fue terminada, llevaron allí la santa imagen.
Esta traslación se hizo el 9 de julio con la mayor solemnidad. El nuncio del Papa fue invitado a hacer la ceremonia a la cual asistió toda la corte. El nuncio, después de haber celebrado la santa misa, trasladó la santa imagen a la nueva capilla que le había sido destinada. El rey, la reina y el duque de Anjou la acompañaron. El soberano pontífice dio a perpetuidad una indulgencia plenaria a todos los que visitarían esta capilla el 9 de julio, día en se fijó la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de la Paz. Su Santidad ordenó que este mismo día se cante el oficio de la Inmaculada Concepción.
En 1658, Luis XIV cayó peligrosamente enfermo en Calais. Las personas mas recomendables de la corte dirigieron súplicas a María para obtener la curación del joven monarca. La duquesa de Vendôme y la marquesa de Seneccy hicieron una novena a esa intención delante de la imagen de Nuestra Señora de la Paz. El 9 de julio se supo que el Rey estaba fuera de peligro. Nadie dudó de la curación por el intermedio de la Santísima Virgen. Cuando Luis XIV volvió a París el 14 de agosto siguiente, el 15 fue a la iglesia de los Capuchinos a dar gracias a la Madre de Dios. Para dejar a la posteridad un recuerdo duradero de este favor, la Reina hizo colocar en la capilla de Nuestra Señora de la Paz, un cuadro que representa la recuperación de la salud del rey obtenida por la intercesión de la Reina de los santos.
La estatua milagrosa de Nuestra Señora de la Paz quedó en su capilla, recibiendo las oraciones del su pueblo hasta la revolución. En el mes de agosto de 1790 los Reverendos Padres Capuchinos tuvieron que salir de su convento de la calle Saint-Honoré. Uno de ellos se llevó la estatua milagrosa temiendo perderla. Consultó a su provincial para tomar los medios para conservarla. El Padre Zenón conocía a la Srta. Papin, hermana del Gran Penitenciario de París y su devoción a la Virgen. Es a ella que fue entregada Nuestra Señora de la Paz, bajo la condición de devolverla a las Monjas Capuchinas de la plaza Vendôme, si estas santas mujeres estuvieran todavía en su monasterio a la muerte de la Srta. Papin. Esta srta. guardó la preciosa estatua hasta 1792. como tuvo obligación de salir de París, la entregó a la Sra. Paulina Sofía d'Albert de Luynes, antigua canonesa (1) de Remiremont, que tenía gran devoción a la Virgen y en especial a Nuestra Señora de la Paz. Esta última dio un comprobante de que la imagen venerada pertenecía a la Srta. Papin. Cuando murió la Srta. Papin, la propiedad de Nuestra Señora de la Paz pasó a ser de su hermana la viuda de Coipel. Esta Sra. no quiso quitar la estatua a la Sra. de Luynes y por una carta del 18 de febrero de 1862 y luego otra carta del 19 de octubre, se comprometió a dejarle la estatua mientras viva con la condición de que a su muerte la estatua sea devuelta a ella o a sus herederos. La Srta. de Luynes se preocupó de hacer constatar la autenticidad de la estatua. Existe una acta de ello en fecha del 6 de abril de 1862 firmada por el Vicario General de la arquidiócesis de París, Señor de Floirac y seis testigos. Esta acta lleva el sello del arzobispo de París, monseñor de Juigné.
La sra. de Luynes murió en 1806. había muerto también la sra. Papin. Su heredero encontró entre los papeles de su tía el acta por el cual quedaba en posesión de la Virgen de la Paz. Todo lo dejó a la libre elección de su esposa que juzgó que semejante tesoro no podía quedar en una casa particular. Delegó todos sus derechos a la Madre Enriqueta Aymer, que reclamó la santa imagen cuando murió la sra. de Luynes. Tuvo dificultades, pero al fin, el 6 de mayo de 1888 le entregaron la santa imagen de Nuestra Señora de la Paz, y ese mismo día fue colocada en el oratorio de las hermanas.
Desde esa fecha, Nuestra Señora de la Paz ha sido honrada en Picpus y Ella no ha cesado de colmar sus gracias a los que la invocan con fe.

(1)“canonesa” Definición de la RAE
(Del b. lat. canonissa, y este del lat. canon, canon).

1. f. Mujer que en las abadías flamencas y alemanas vive en comunidad, pero sin hacer votos solemnes ni obligarse a perpetua clausura

Monday, July 31, 2006

Tomado del libro, "La Buena Madre, Enriqueta Aymer de la Chevalerie, fundadora de la Congregación de los Sagrados Corazones" por María de Echarri.

Capítulo VIII Picpus . - La Virgen de la Paz.

Tercera parte - Final.

Durante la Commune, en abril de 1871, los insurrectos invadieron la capilla de Nuestra Señora de la Paz. A pesar de la enérgica protesta de las Adoratrices, profanaron las Sagradas Formas y metieron mano a cuanto encontraron. Entre los objetos robados se encontraba la santa estatua. Al verla, la Superiora general, Reverenda Madre Benjamina Le Blaise, con acento suplicante, con tal dolor en su mirada que conmovió al capitán, pidió no se la llevasen. Aquél, más emocionado de lo que quería aparecer, contestó: “Vamos, vamos; eres una buena mujer”; y dirigiéndose a sus subordinados y señalando la estatua. “Que se la den – dijo – y que nos dejen en paz; después de todo, es sólo madera; dejémosela.”

El 5 de mayo, las religiosas de los Sagrados Corazones fueron conducidas a la prisión de Saint-Lazare. Antes se logró colocar en lugar seguro la venerada imagen.

El 24 de mayo, fiesta de María Auxiliadora, los leales vencían a la Revolución, y las religiosas pudieron volver al convento, colocando de nuevo en su trono a la Virgen de la Paz.

En 9 de julio de 1906, fue coronada por Mons. Amette, delegado de su santidad Pío X para tan magnífica ceremonia.

Cuando la persecución se encendió de nuevo en Francia contra las Ordenes religiosas, Nuestra Señora de la Paz veló por sus hijas. Ya se ha dicho que la Congregación no fue expulsada. La Buena Madre lo había anunciado: “Prepararemos todo para la marcha; pero no llegaremos a salir”. Y así ha sido… Ante la milagrosa imagen se inclinan las profesas que pronuncian sus primeros votos. Ante Ella se postran llenos de santo ardor y entusiasmo las novicias. A Ella piden ayuda y amparo las Superioras. A Ella, perseverancia y celo todas las religiosas. A Ella se rinden los corazones, todas las inteligencias, todas las voluntades. Yo soy testigo de favores singularísimos obtenidos por Nuestra señora de la Paz durante la reciente y terrible guerra europea. Numerosos parientes de mis religiosas conocidas estaban en todos los campos de batalla; ofreciese a la Virgen Santísima un exvoto en la capillita de Torrelavega si ninguno de los parientes próximos de las Hermanas perecía. ¡Qué situaciones dificilísimas!…Peligros inminentes y continuos…Un coronel y sus dos hijos, a dos pasos de la muerte, escapando varias veces; otros en tierra, otros en la aviación, a todos acudía Nuestra Señora de la Paz, y todo volvieron sanos y salvos a sus hogares. Ha sido un hecho pasmoso entre tantos de diversas familias y países. Allí está la blanca plaquita a los pies de María, testimoniando el favor y bendiciéndola siempre.

Esta preciosa devoción a la Reina de la Paz quiere extenderse por todo el mundo, y es de notar que en España, hermosa y radiante se presenta María como Reina de Paz en la montaña; preciosa escultura aparece en el frontispicio de un nuevo colegio “el Colegio de Nuestra Señora de la Paz” (Torrelavega) ¡qué linda advocación! , ¡cuánto me dices!... Encierras todo un programa para el porvenir… Efluvios de paz saldrán de ese centro, esparciendo frutos santos… y dicha verdadera en su derredor…

Reina de la Paz… Virgen Bendita, tan amada y venerada bajo este título dulcísimo por los religiosas y religiosas de los Sagrados Corazones… cúbrelos siempre bajo tu manto protector… Sé su madre, sé su guía, sé su esperanza y consuelo… Y a quien tantas veces te imploró en la capilla de tu convento de Torrelavega, dale la paz del alma siempre, la paz verdadera que el mundo no sabe ni puede dar…, paz que la acompañe en su camino por la tierra…, paz que la lleve a la región eterna donde todo es paz y todo es amor…

Tomado del libro, "La Buena Madre, Enriqueta Aymer de la Chevalerie, fundadora de la Congregación de los Sagrados Corazones" por María de Echarri.

Capítulo VIII Picpus . - La Virgen de la Paz.

Parte segunda


Relatar todos los prodigios de la venerada imagen sería difícil y largo. María es la la madre de las misericordias, de las ternuras, es el refugio de los que pecan y se arrepienten, de los que lloran y sufren. No hay pena que no alivie, ni enfermedad que no pueda curar, ni angustias que no mitigue. “Acordaos… le decimos… que jamás se ha oído decir… ¿el qué? “ Que ninguno de cuantos han acudido a vos, implorando vuestro socorro, solicitando vuestro auxilio, haya sido abandonado, haya sido rechazado.” Jamás. Lo sabemos todos. Lo hemos experimentado todos. Las lágrimas derramadas a los pies de María son suaves, no amargas… Los dolores sufridos junto a María son ligeros, llevaderos. Es nuestra Madre dulcísimo. Madre más aún de los en la tierra no podemos ya pronunciar ese nombre sino cuando a Ella imploramos y a Ella decimos nuestro amor.

La milagrosa imagen, salvada de los horrores de la Revolución por un Padre capuchino, fue cedida por éste a Mlle. Coipel, fallecida la cual, el hijo que le quedaba dejó en libertad a su mujer respecto de la posesión de la estatua milagrosa. Esta señora, dirigida del P. Coudrin, por quien tenía veneración, deseando dar mayor culto a Nuestra Señora de la Paz, hizo donación de ella al P. Coudrin, que quiso s hiciera a favor de la Buena Madre. (Enriqueta Aymer de la Chevalerie)

“Un día le deberemos nuestra conservación”, dijo la M. Enriqueta al pedir a sus hijas oraciones para que desapareciesen todas las dificultades y se quedase con ellas la santa imagen. “La solicitaré hasta cinco veces, en honor de las cinco llagas. “ Y la consiguió el último día (6 de mayo de 1806) la Madre gozosa trayendo la imagen preciosísima que quinientos años habían custodiado los duques de Joyeuse y de Guisa, y que piadosamente, pero no sin sacrificio cedían algunos Grandes de España.

Desde entonces, Nuestra Señora de la Paz no ha salido de la Casa – Matriz de los Sagrados Corazones. Se encuentra bien, sin duda, entre sus hijas, que tan tiernamente la aman. Y en todos los conventos hay siempre, en la capilla, la imagen de la Virgen de la Paz. Para Ella son los amores y la gratitud de religiosas y alumnas. Y Ella no regatea a unas y otras su maternal protección.

Para aumentar el fervor de mis lectores insertaré quí la serie de gracias que la Reina de la Paz concedió a determinada familia. Una niña rusa perdió la vista a la edad de once años; su madre, alma de fe, la encomendó a la Virgen Santísima y consiguió la curación de su hija. Esta, más tarde, ya casada, volvió a quedarse ciega, y ella misma, llena de confianza en la Reina celestial que la curó en su infancia, esperó recibir nueva prueba de su bondad. Vivía entonces en París (1806). Se hizo llevar a Picpus, implorando la intercesión de Nuestra Señora de la Paz. El Rvdmo. P. Coudrin le tocó los ojos con la santa imagen, y poco a poco recobró la vista. Este nuevo favor aumentó su fe, y entonces aprovechó para pedir intensamente la salvación de su marido, que desde hacía cuarenta años vivía alejado de Dios. Al fin, esta súplica fue también atendida, y el esposo consintió en ir personalmente a invocar a la reina de la Paz. La honró y tomó ante su altar la resolución de confesarse. Su conversión fue tan completa, que desde aquél momento tuvo gran devoción a la Virgen Santísima, de quien recibió gracias muy particulares. Al cabo de un año, cayó enfermo y aseguró que la Reina del cielo s ele había aparecido implorando para él la misericordia divina, de modo que terminó su vida en grandes sentimientos de piedad y confianza. Meses después su viuda y su hija entraron en la Casa de los Sagrados Corazones, de París, para consagrarse a Dios, y profesaron el mismo día, 7 de abril de 1823, la madre bajo el nombre de Sor Mackinka y la hija con el de Sor Victorina. Después de sus votos ya parecían no vivir más que para el cielo.

Del libro, "La Buena Madre, Enriqueta Aymer de la Chevalerie, fundadora de la Congregación de los Sagrados Corazones" por María de Echarri. Capítulo VIII Picpus . - La Virgen de la Paz.

Primera parte.


Relatar todos los prodigios de la venerada imagen sería difícil y largo. María es la la madre de las misericordias, de las ternuras, es el refugio de los que pecan y se arrepienten, de los que lloran y sufren. No hay pena que no alivie, ni enfermedad que no pueda curar, ni angustias que no mitigue. “Acordaos… le decimos… que jamás se ha oído decir… ¿el qué? “ Que ninguno de cuantos han acudido a vos, implorando vuestro socorro, solicitando vuestro auxilio, haya sido abandonado, haya sido rechazado.” Jamás. Lo sabemos todos. Lo hemos experimentado todos. Las lágrimas derramadas a los pies de María son suaves, no amargas… Los dolores sufridos junto a María son ligeros, llevaderos. Es nuestra Madre dulcísimo. Madre más aún de los en la tierra no podemos ya pronunciar ese nombre sino cuando a Ella imploramos y a Ella decimos nuestro amor.

La milagrosa imagen, salvada de los horrores de la Revolución por un Padre capuchino, fue cedida por éste a Mlle. Coipel, fallecida la cual, el hijo que le quedaba dejó en libertad a su mujer respecto de la posesión de la estatua milagrosa. Esta señora, dirigida del P. Coudrin, por quien tenía veneración, deseando dar mayor culto a Nuestra Señora de la Paz, hizo donación de ella al P. Coudrin, que quiso s hiciera a favor de la Buena Madre. (Enriqueta Aymer de la Chevalerie)

“Un día le deberemos nuestra conservación”, dijo la M. Enriqueta al pedir a sus hijas oraciones para que desapareciesen todas las dificultades y se quedase con ellas la santa imagen. “La solicitaré hasta cinco veces, en honor de las cinco llagas. “ Y la consiguió el último día (6 de mayo de 1806) la Madre gozosa trayendo la imagen preciosísima que quinientos años habían custodiado los duques de Joyeuse y de Guisa, y que piadosamente, pero no sin sacrificio cedían algunos Grandes de España.

Desde entonces, Nuestra Señora de la Paz no ha salido de la Casa – Matriz de los Sagrados Corazones. Se encuentra bien, sin duda, entre sus hijas, que tan tiernamente la aman. Y en todos los conventos hay siempre, en la capilla, la imagen de la Virgen de la Paz. Para Ella son los amores y la gratitud de religiosas y alumnas. Y Ella no regatea a unas y otras su maternal protección.

Para aumentar el fervor de mis lectores insertaré quí la serie de gracias que la Reina de la Paz concedió a determinada familia. Una niña rusa perdió la vista a la edad de once años; su madre, alma de fe, la encomendó a la Virgen Santísima y consiguió la curación de su hija. Esta, más tarde, ya casada, volvió a quedarse ciega, y ella misma, llena de confianza en la Reina celestial que la curó en su infancia, esperó recibir nueva prueba de su bondad. Vivía entonces en París (1806). Se hizo llevar a Picpus, implorando la intercesión de Nuestra Señora de la Paz. El Rvdmo. P. Coudrin le tocó los ojos con la santa imagen, y poco a poco recobró la vista. Este nuevo favor aumentó su fe, y entonces aprovechó para pedir intensamente la salvación de su marido, que desde hacía cuarenta años vivía alejado de Dios. Al fin, esta súplica fue también atendida, y el esposo consintió en ir personalmente a invocar a la reina de la Paz. La honró y tomó ante su altar la resolución de confesarse. Su conversión fue tan completa, que desde aquél momento tuvo gran devoción a la Virgen Santísima, de quien recibió gracias muy particulares. Al cabo de un año, cayó enfermo y aseguró que la Reina del cielo s ele había aparecido implorando para él la misericordia divina, de modo que terminó su vida en grandes sentimientos de piedad y confianza. Meses después su viuda y su hija entraron en la Casa de los Sagrados Corazones, de París, para consagrarse a Dios, y profesaron el mismo día, 7 de abril de 1823, la madre bajo el nombre de Sor Mackinka y la hija con el de Sor Victorina. Después de sus votos ya parecían no vivir más que para el cielo.

Monday, July 03, 2006

Antiguo logo de la Congregación de los Sagrados Corazones

Del libro, "La Buena Madre, Enriqueta Aymer de la Chevalerie, fundadora de la Congregación de los Sagrados Corazones" por María de Echarri. Capítulo VIII Picpus . - La Virgen de la Paz.

Primera parte.

Vamos a hablar ahora del gran tesoro de la casa de París: Nuestra Señora de la Paz, de esa devoción tan dulce, tan hermosa, tan llena de cosuelo, que es patrimonio de la Congregación, y referir de qué modo fue a parar a sus manos la milagrosa imagen. Dice el historiador que dicha estatua es de once pulgadas de altura, de color moreno, más bien negro, y de una madera especial que no se puede precisar. La Virgen Madre está representada en actitud grave y majestuosa: su corona revela su carácter de reina: lleva el Niño Jesús en el brazo izquierdo, y en la mano derecha una rama de olivo…

La imagen era propiedad de la casa nobilísima de los duques de Joyeuse: se dice que en tiempos de Enrique III fue donada a uno de los duques, quien entró en la Orden franciscana con el nombre de P. Angel. Este hizo construir una capilla en su hotel particular, y allí comenzó a darse culto a Nuestra Señora de la Paz. Más tarde, los capuchinos se instalaron en dicha calle: el rey cambió en convento lo que era hospicio, y agrandó la posesión. Hubo de destruirse la capilla y la santa imagen se colocó en la puerta exterior del convento, donde estuvo sesenta años. La tradición cuenta que durante mucho tiempo todas las noches aparecía en aquél lugar una luz brillante. La devoción se propagó rápidamente, y numerosos exvotos proclamaban la protección de la Madre y la gratitud de los hijos.

Uno de los Hermanos capuchinos, Antonio de París, se distinguió por su amor y su esmero en adornar la milagrosa imagen. Al morir predijo que antes de mucho seria Nuestra Señora de la Paz el instrumento del cual se serviría Dios para realizar grandes prodigios y maravillas.

La veneración de los fieles aumentaba de día en día. Muchos sacerdotes y religiosos solicitaron el permiso para llevar la anta imagen a su iglesia. Pero no se podían desposeer de ella a los Padres Capuchinos, y éstos a fin de responder a los deseos de todos, trasladaron la imagen a una capilla cercana de la tumba del Padre Angel, duque de Joyeuse.

Los milagros se multiplicaron. La duquesa de Guisa y Montpensier quiso construir una iglesia: la muerte se lo impidió; pero sus herederos lo llevaron a cabo y el 9 de julio, fiesta suya, Nuestra Señora de la Paz tomó posesión del nuevo oratorio; los reyes, la crte entera le dieron guardia de honor.

Friday, May 26, 2006

misa en la Iglesia Ntra. Sra. de la Paz de Picpus
Padre José Mª Coudrin, fundador junto a la Madre Enriqueta, de la Congregación de los Sagrados Corazones. Vitral de la Catedral de Honolulu, Hawai.
Escultura de Ntra. Sra. de la Paz
Calle de Picpus
Vitreaux en la Catedral "Ntra. Sra. de la Paz" en Honolulu.

Iglesia de Picpus, Paris.