Thursday, December 04, 2008



Noticia histórica sobre la estatua milagrosa de Nuestra Señora de la Paz
que se venera en la capilla de las Religiosas de la
Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María
y de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento del Altar
París, rue de Picpus
por F.J. Hilarion sacerdote de Picpus.

Noticia histórica
El culto de María empieza desde la cuna del cristianismo. Los fieles de todos los siglos y de todos los países, adorando al hijo, honraron a la Madre. Las numerosas gracias obtenidas por su intercesión poderosa dieron aliciente a su devoción y a su confianza. Por eso, en todas partes del mundo cristiano existen tantos templos y tantos altares dedicados a honrar a la Virgen maría. Piadosas asociaciones la tienen como protectora, órdenes religiosas le están consagradas. ¿Cuál es el país que no posee algunas de las estatuas veneradas, en las cuales en diferentes formas se representa a la Madre del Hombre-Dios? Nuestra Señora del Buen Socorro, Nuestra Señora de la Alegría, etc. títulos augustos que caracterizan la ternura de María para los hombres.
Entre estas imágenes a las cuales los cristianos rinden un culto especial, hay una conocida particularmente bajo el nombre de Nuestra Señora de la Paz. Esta estatua mide solo once pulgares de altura, sin el pedestal. De color oscuro, casi negro y de una madera muy difícil de especificar. La Virgen-Madre está representada con majestad, llevando en el brazo izquierdo a su Divino Hijo.
Se ignora a qué siglo pertenece, pero su antigüedad no da lugar a dudas. La casa de Joyeuse la tuvo en su poder por mucho tiempo y esta preciosa herencia pasaba a los descendientes, de esta familia ilustre, que mostraba más deseo de tenerla y más devoción para María.
Bajo el reinado de Enrique III, perteneció al duque de Joyeuse, conocido después bajo el nombre de Padre ángel, cuando renunciando a las grandezas del siglo, entró donde los Capuchinos. Se alegraba de que Nuestra Señora de la Paz, había sido parte de su herencia. Fue rezando a sus pies que se sintió llamado a la vida religiosa; y, para agradecer esta gracia le hizo construir una capilla en su mansión de la Saint-Honoré. Los religiosos mínimos de Nijon, venían todos los días a celebrar allí la Santa Misa; se permitió la asistencia de los fieles para que puedan así satisfacer su devoción a la Madre del Salvador.
Los Reverendos Padres Capuchinos, no tenían en aquel tiempo sino un hospicio en la calle Saint-Honoré. Enrique III les hizo construir un convento en la misma calle hacia el fin del siglo XVI. Para ello, el duque de Joyeuse donó una parte del terreno que pertenecía a su mansión. Como allí estaba la capilla de Nuestra Señora de la Paz, la demolieron para agrandar el jardín y la Santa Imagen fue colocada sobre la puerta exterior donde permaneció unos sesenta años. Memorias de aquél tiempo cuentan que durante varios años seguidos una luz deslumbradora aparecía la noche en el lugar donde estaba colocada la estatua de Nuestra Señora de la Paz. Muchos fieles venían allí a rezar a la Santísima Virgen, se notó durante varios años consecutivos la presencia de un joven apuesto, que todos los sábados venía a traer flores y rezar a los pies de la Virgen y que en seguida desaparecía sin que nunca se pudo descubrir de dónde venía ni quien era. Todos creían que era un ángel que el cielo mandaba para honrar a María. Esto continuó hasta que la Santa Imagen fue colocada en la Iglesia de los Capuchinos. La marquesa de Maignelay hacia encender cada sábado un cirio de una libra delante de la Imagen de María. En su testamento, ordenó que después de su muerte se siguiera esta piadosa práctica sus últimas voluntades fueron cumplidas fielmente.
Dos señoras inglesas, convertidas al catolicismo, habían sido despojadas de los bienes considerables que poseían en Inglaterra y obligadas a refugiarse en París. Vivían del trabajo de sus manos en un barrio cerca de la Santa Imagen. Se hacían una obligación de adornarla los días de fiesta. Varias circunstancias les obligaron a alejarse, y encargaron a una persona conocida de encargarse de los ornamentos que habían consagrado a Nuestra Señora de la Paz para que no fuera interrumpida el tributo de veneración que daban a la Santísima Virgen. .Esta persona rehusó cumplir el encargo. “No merece usted, un favor del cual tantos quisieran” dijeron las piadosas inglesas.
Entre los fieles servidores de María, se notaba un Hermano capuchino llamado Antonio de París. Vivía en una gran pobreza, le gustaba guardar silencio, y su humildad le hacía escoger de preferencia los empleos más bajos. Hacía telas, para los religiosos. Trabajaba cerca de la puerta donde se encontraba Nuestra Señora de la Paz. En sus ratos libres, cultivaba un pequeño jardín y junto con otro religioso, llamado Simón Dici, recogía la más bellas flores que iba a ofrecer a Nuestra Señora de la Paz. Como le preguntaban por qué prefería esta estatua de María a tantas otras bellas que estaban en el convento, después de callarse largo rato según su costumbre, contestó al fin que esta estatua de la Virgen, colocada sobre la puerta le tocaba el corazón; y que antes de poco tiempo esta venerable imagen sería un instrumento del cual Dios se serviría para obrar grandes maravillas. Hacia el año 1647 murió, lleno de años y de buenas obras
La predicción de este buen religioso no tardó en cumplirse. La Santa Imagen estaba todavía colocada sobre la puerta exterior del convento de los capuchinos, cuando, el 22 de julio de 1651, de repente, se oyó sin que se pueda decir a propósito de que, niños y un gran número de personas cantar la Salve con gran devoción.
Se cantaba con tanto entusiasmo; que los fieles que vivían cerca, llegaron y se juntaron con los primeros. La noticia de lo que pasaba fue conocida en la ciudad y los suburbios, llegaron en procesión, pies descalzos, cantando las letanías de la Virgen. Muchos enfermos se hicieron trasladar allí con la esperanza de obtener su curación; su confianza no fue defraudada. El canto de la Salve era a menudo interrumpido por gritos repetidos: ¡milagro! ¡milagro! La noche llegó, pero no impidió la llegada del pueblo que continuo los días siguientes.
Las maravillas obradas por Nuestra Señora de la Paz la hicieron célebre. En todas partes se hablaba de ellas. Un gran número de sacerdotes y religiosos pidieron transportar a sus capillas a la estatua milagrosa, para que allí se la pueda venerar con más decoro y se dirigieron al arzobispo de París para obtener esta autorización. Hubiera sido injusto quitar a los Capuchinos este precioso tesoro. El Reverendo Padre Ángel de Joyeuse, quien fuera el dueño de la estatua de Nuestra Señora de la Paz y que durante toda su vida había atribuido a las oraciones hechas delante de la piadosa imagen las numerosas gracias que había obtenido por su intercesión, estaba enterrado en su iglesia. Se decidió que la estatua de Nuestra Señora de la Paz sería transportada a una capilla cerca de su tumba.
El superior del convento hizo esta traslación el 24 de setiembre de 1651. En procesión fue a tomar la santa imagen, precedido de toso sus religiosos que llevaban un cirio en la mano. Cantaban las letanías de la Virgen y las lágrimas que derramaban daban a conocer la devoción que los animaba. Besaron con respeto los pies de la estatua milagrosa antes de colocarla en el lugar que le habían destinado.
Los fieles seguían viniendo a rezar a la reina de la Paz en la iglesia de los Capuchinos, y los nuevos prodigios manifestaron la compasiva bondad de María hacia los que la invocan con fervor…
Tantos prodigios aumentaban la devoción a Nuestra Señora de la Paz. La capilla donde había sido transferida, se hizo demasiado pequeña por la multitud de los que venían a visitarla, sobre todo en ciertas épocas del año. La Sra. de Guise, hija del duque de Joyeuse tuvo el deseo de hacer construir en la misma iglesia de los Capuchinos una capilla mucho más grande: pero murió sin haber tenido el tiempo de ejecutar su proyecto. La Srta. De Guise, que había heredado de sus ancestros una tierna devoción hacia la mas augusta de las Vírgenes, ordenó, por su testamento, la construcción de esta capilla. Se pusieron inmediatamente a la obra y cuando fue terminada, llevaron allí la santa imagen.
Esta traslación se hizo el 9 de julio con la mayor solemnidad. El nuncio del Papa fue invitado a hacer la ceremonia a la cual asistió toda la corte. El nuncio, después de haber celebrado la santa misa, trasladó la santa imagen a la nueva capilla que le había sido destinada. El rey, la reina y el duque de Anjou la acompañaron. El soberano pontífice dio a perpetuidad una indulgencia plenaria a todos los que visitarían esta capilla el 9 de julio, día en se fijó la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de la Paz. Su Santidad ordenó que este mismo día se cante el oficio de la Inmaculada Concepción.
En 1658, Luis XIV cayó peligrosamente enfermo en Calais. Las personas mas recomendables de la corte dirigieron súplicas a María para obtener la curación del joven monarca. La duquesa de Vendôme y la marquesa de Seneccy hicieron una novena a esa intención delante de la imagen de Nuestra Señora de la Paz. El 9 de julio se supo que el Rey estaba fuera de peligro. Nadie dudó de la curación por el intermedio de la Santísima Virgen. Cuando Luis XIV volvió a París el 14 de agosto siguiente, el 15 fue a la iglesia de los Capuchinos a dar gracias a la Madre de Dios. Para dejar a la posteridad un recuerdo duradero de este favor, la Reina hizo colocar en la capilla de Nuestra Señora de la Paz, un cuadro que representa la recuperación de la salud del rey obtenida por la intercesión de la Reina de los santos.
La estatua milagrosa de Nuestra Señora de la Paz quedó en su capilla, recibiendo las oraciones del su pueblo hasta la revolución. En el mes de agosto de 1790 los Reverendos Padres Capuchinos tuvieron que salir de su convento de la calle Saint-Honoré. Uno de ellos se llevó la estatua milagrosa temiendo perderla. Consultó a su provincial para tomar los medios para conservarla. El Padre Zenón conocía a la Srta. Papin, hermana del Gran Penitenciario de París y su devoción a la Virgen. Es a ella que fue entregada Nuestra Señora de la Paz, bajo la condición de devolverla a las Monjas Capuchinas de la plaza Vendôme, si estas santas mujeres estuvieran todavía en su monasterio a la muerte de la Srta. Papin. Esta srta. guardó la preciosa estatua hasta 1792. como tuvo obligación de salir de París, la entregó a la Sra. Paulina Sofía d'Albert de Luynes, antigua canonesa (1) de Remiremont, que tenía gran devoción a la Virgen y en especial a Nuestra Señora de la Paz. Esta última dio un comprobante de que la imagen venerada pertenecía a la Srta. Papin. Cuando murió la Srta. Papin, la propiedad de Nuestra Señora de la Paz pasó a ser de su hermana la viuda de Coipel. Esta Sra. no quiso quitar la estatua a la Sra. de Luynes y por una carta del 18 de febrero de 1862 y luego otra carta del 19 de octubre, se comprometió a dejarle la estatua mientras viva con la condición de que a su muerte la estatua sea devuelta a ella o a sus herederos. La Srta. de Luynes se preocupó de hacer constatar la autenticidad de la estatua. Existe una acta de ello en fecha del 6 de abril de 1862 firmada por el Vicario General de la arquidiócesis de París, Señor de Floirac y seis testigos. Esta acta lleva el sello del arzobispo de París, monseñor de Juigné.
La sra. de Luynes murió en 1806. había muerto también la sra. Papin. Su heredero encontró entre los papeles de su tía el acta por el cual quedaba en posesión de la Virgen de la Paz. Todo lo dejó a la libre elección de su esposa que juzgó que semejante tesoro no podía quedar en una casa particular. Delegó todos sus derechos a la Madre Enriqueta Aymer, que reclamó la santa imagen cuando murió la sra. de Luynes. Tuvo dificultades, pero al fin, el 6 de mayo de 1888 le entregaron la santa imagen de Nuestra Señora de la Paz, y ese mismo día fue colocada en el oratorio de las hermanas.
Desde esa fecha, Nuestra Señora de la Paz ha sido honrada en Picpus y Ella no ha cesado de colmar sus gracias a los que la invocan con fe.

(1)“canonesa” Definición de la RAE
(Del b. lat. canonissa, y este del lat. canon, canon).

1. f. Mujer que en las abadías flamencas y alemanas vive en comunidad, pero sin hacer votos solemnes ni obligarse a perpetua clausura