Thursday, December 04, 2008

Dos señoras inglesas, convertidas al catolicismo, habían sido despojadas de los bienes considerables que poseían en Inglaterra y obligadas a refugiarse en París. Vivían del trabajo de sus manos en un barrio cerca de la Santa Imagen. Se hacían una obligación de adornarla los días de fiesta. Varias circunstancias les obligaron a alejarse, y encargaron a una persona conocida de encargarse de los ornamentos que habían consagrado a Nuestra Señora de la Paz para que no fuera interrumpida el tributo de veneración que daban a la Santísima Virgen. .Esta persona rehusó cumplir el encargo. “No merece usted, un favor del cual tantos quisieran” dijeron las piadosas inglesas.
Entre los fieles servidores de María, se notaba un Hermano capuchino llamado Antonio de París. Vivía en una gran pobreza, le gustaba guardar silencio, y su humildad le hacía escoger de preferencia los empleos más bajos. Hacía telas, para los religiosos. Trabajaba cerca de la puerta donde se encontraba Nuestra Señora de la Paz. En sus ratos libres, cultivaba un pequeño jardín y junto con otro religioso, llamado Simón Dici, recogía la más bellas flores que iba a ofrecer a Nuestra Señora de la Paz. Como le preguntaban por qué prefería esta estatua de María a tantas otras bellas que estaban en el convento, después de callarse largo rato según su costumbre, contestó al fin que esta estatua de la Virgen, colocada sobre la puerta le tocaba el corazón; y que antes de poco tiempo esta venerable imagen sería un instrumento del cual Dios se serviría para obrar grandes maravillas. Hacia el año 1647 murió, lleno de años y de buenas obras

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